“No quisiera en forma alguna
que nadie adoptara mi modo de vivir, pues, más allá de que antes de que aquél
lo haya aprendido bien yo puedo haber encontrado otro distinto, prefiero que en
el mundo existan tantas personas diferentes como sea posible, y que cada uno se
ocupe de encontrar y proseguir su propio camino y no el de su padre, su madre o
su vecino”.
Henry David Thoreau (“Walden”).
Artículo recuperado (y retocado) procedente de otro blog propio. (2013).
Hace dos días he rodado tres
horas en bicicleta. Hacía mucho calor, pues septiembre, como suele ser habitual por aquí,
nos está regalando algunos días veraniegos deliciosos, y aún el agua del mar
está muy agradable para el baño. Sin embargo algunos detalles inesperados me
han sorprendido y han interrumpido mis cavilaciones de rodador solitario. Hoy
me he encontrado con claridad con las primeras imágenes otoñales. De repente ya está aquí el otoño, y esta semana he transitado
por algunas carreterillas estrechas y solitarias en las que mis finas ruedas se
han encargado de ventilar y hacer volar por el aire los primeros montones y
acumulaciones de hojas secas. No tengo preferencias por las estaciones del año.
Todas me agradan, todas me aportan felicidad. Pero hay algo de especial que
tiene el otoño que me encandila. Tiene mucho que ver con la transformación del
colorido de las hojas de los árboles, cuando va mutando del verde hacia los
ocres, marrones, amarillos, naranjas y hasta rojos en algunos casos
excepcionales. Cuando pienso en otoño siempre evoco las dos actividades que más
me impulsa esa estación a poner en marcha: caminar por el monte y sus bosques,
sólo o acompañado, aunque eso sí, siempre con mi perro Macallan alrededor,
husmeando todo y pendiente de mi paso; y circular por carreteras muy rústicas,
estrechas y nada transitadas, levantando hojarasca al paso de las ruedas de mi
bicicleta o incluso de la moto, mirando de reojo de vez en cuando, o por el
retrovisor, cómo revolotea la nubecilla marrón que se desprende del asfalto.
Para lo primero, el senderismo, me da igual el tiempo que haga, hasta me hace
ilusión tenerme que cubrir con un cortavientos, un jersey de punto o una
visera; para el disfrute de las carreteras, me decanto por los días soleados
que de vez en cuando nos regala esta estación.
Como soy un poco como el Cordobés (En España hay un hombre que lo hace todo), aunque en mediocre, mis actividades acaban siendo de lo más variopintas, así que este verano se fueron sucediendo planes diversos. El primero fue un
delicioso paseo en kayak, por el tramo más costero del Río Miera, con mi
octogenario padre, en una embarcación doble con un coeficiente de marea de más
de 90, aprovechando la pleamar y disfrutando de un día soleado estupendo.
Mereció la pena en todos los sentidos, dimos una remada sosegada, agradable y
no demasiado larga. Ideal para disfrutar los dos y hacer algo diferente en
nuestras vidas cotidianas. También en plan acuático, una tarde quedamos algunos
pocos miembros de nuestro modesto y local club de aventura, orientación y aire
libre, para bucear (sin bombonas). Es una actividad en la que me prodigo muy
poco, aunque me gusta cuando las condiciones son buenas. Precisamente este
verano aún no me había estrenado por aquí, así que no lo dudé. Bajamos a las
pozas que hay bajo unos espectaculares acantilados costeros. El día era
perfecto: cielo completamente despejado, calor y nada de viento; con la marea
más bien baja y el mar muy tranquilo. Disfruté muchísimo porque la visibilidad
era magnífica y la fauna y flora submarinas se mostraron muy generosas esa
tarde. El paso rozando los bosques multicolores de vegetación sumergida me
recordó precisamente paisajes otoñales de superficie ¿un anuncio? Quién sabe.
Lo pasamos muy bien, y conseguí que este verano no se marchase sin ninguna
inmersión.
Las Pozas desde el acantilado. (Imagen propia). |
Zona de inmersión.(Imagen propia). |
Tercer plan: un festivo me fui con parte de la familia a la feria de
ganado de Santiurde de Reinosa (mi pueblo familiar y el escenario de mis
veraneos infantiles). El ambiente fue estupendo, la selección de vacuno local
espectacular, con varios rebaños de tudancas (la raza más emblemática de
Cantabria) hermosísimas y muy lucidas. Pudimos entablar conversación con dos
productores de vino blanco de la región (asunto en el que Myriam y yo estamos
muy interesados de unos años a esta parte) y conocimos al segundo productor de
cerveza artesana de Cantabria (La Cervezuca). De paso, cargamos con algunas
botellas de cada cosa. Pero además de todo eso, es toda una alegría que cuando
deambulas entre los feriantes y ganaderos, algunos se te queden mirando y te
identifiquen por el aire familiar, para, acto seguido, entablar una conversación
aderezada con anécdotas, historias antiguas y la clara sensación de que tu
regreso al pueblo genera cierta alegría e ilusión entre sus vecinos. Y eso es
algo que te despierta el apego a tu tierra, a tus orígenes y al pueblo.
Cabaña de tudancas de Tomás Cuevas (Santiurde de Reinosa). (Imagen propia). |
Uno de los bueyes tudancos de Carnicería Cuca (Santiurde de Reinosa). (Imagen propia). |
Finalmente, lo más reciente
de todo ha debido ser nuestro viaje de un día a la localidad guipuzcoana de
Oñate. Hace muchos años estuvimos allí de boda. Y, además de pasárnoslo genial,
tuvimos la suerte de poder disfrutar de una edición de concurso internacional
de perros pastores ovejeros que allí se celebra anualmente. Aquello me dejó tan
impresionado que durante años le he contado la experiencia a mucha gente, y la
raza Collie Border se ha convertido para mí en uno de los iconos de lo que es
el perro ideal.
Nota: [Me encanta ese perro, pero no había tenido nunca ninguno, básicamente
porque hasta entonces había tenido tres perros y medio en mi vida (el medio fue una
perra ratonera de esas que surgen por generación espontánea, y constituía
parte de la finca rural en la que estuvimos viviendo algunos años) y mantengo
la teoría de que habiendo los problemas que hay con los abandonos, los
criaderos clandestinos, etc. No estoy dispuesto a gastarme el dinero en perros.
A todos los hemos querido mucho, creo que han sido o son animales muy sanos y
felices, y nos sentimos muy orgullosos de su carácter y comportamiento. Así
pues, los que van pasando a formar parte de nuestra vida familiar, son todos
regalados o acogidos. Y en tales casos, no siempre existe la posibilidad de
encontrar la raza que a uno en principio le haría más ilusión. Pese a estas explicaciones, que publiqué hace una década, por casa han acabado pasando, finalmente, un par de collies border].
La cuestión es
que, 24 años después, ahora con mi hijo Jacobo nacido y bastante crecido,
caracterizado por una auténtica pasión y facilidad para el trato con caballos y
perros, nos volvimos a plantar en Oñate para asistir al 54 Nazioarteko Artzain
Txaxurren Txapelketa. Como en la ocasión anterior, salió un día espléndido
aunque demasiado caluroso. Disfrutamos de todo el concurso. La fase
clasificatoria con 12 equipos formados por pastores de diferentes comarcas de
pastoreo y sus respectivos animales, así como la fase final con los cuatro
primeros clasificados. El concurso, desde que tengo perros, se me hace mucho
más meritorio. Me parece increíble que los pastores consigan adiestrar de la
manera en que lo hacen a sus perros, que parecen actuar con verdaderas dotes de
inteligencia. Me sorprende la cantidad de lenguaje a la que los canes son
capaces de atender, y todo ello en la distancia. Pero lo mejor de todo es que
puedo percibir con claridad las diferencias de nivel y competencia que
demuestran los diferentes perros concursantes. De vez en cuando aparece alguno,
tan especial, que realiza todos los ejercicios sin necesidad de mirar a su dueño,
y da muestras de incipientes capacidades de toma de decisión e interpretación propia
del comportamiento de las ovejas, ya que se anticipa a algunas de las órdenes
que recibe. Tal fue el caso, esta vez, de Xintxo, un magnífico ejemplar de collie
border entrenado por Jean Paul Irikin. Ambos ya hicieron una demostración
impecable durante la fase clasificatoria que completaron en primera posición.
Pero en la fase final, además de completar también el ejercicio, marcaron un
tiempo espectacular de menos de tres minutos, cuando el periodo reglamentario,
que sólo para unos pocos suele ser suficiente, alcanza los siete minutos. Sin
duda no estamos ante una modalidad a la que me vaya a hacer asiduo espectador,
tal y como lo demuestra el haber asistido a dos competiciones en 24 años, sin
embargo, es un espectáculo, como tantos otros de carácter singular, al que
recomiendo asistir alguna vez en la vida, tanto si tienes perro como si no.
Algunos concursantes preparados para comenzar. (Imagen propia). |
Kim, excelente competidor, lástima de la mala fortuna. (Imagen propia). |
Los ganadores: Jean Paul Irikin y su fiel Xintxo. (Imagen propia). |
Para cerrar, voy a comentar
uno de esos planes mixtos que integran vida social o familiar con pedaleo
ciclista. La semana pasada organicé un pic-nic en bicicleta. Me hizo especial
ilusión que aunque no pudieron acudir algunas personas cercanas, habituales a
este tipo de citas, y varias de las cuales además, poseen alguna de mis
restauraciones. El pic-nic consistía en un
paseo moderado por carreteras secundarias o rurales. Gracias al tren de
cercanías había la posibilidad de incorporarse en diferentes puntos del
recorrido, tanto a la ida como a la vuelta. Eso sí, resultaba imprescindible
llevar la comida y la bebida a lomos de las máquinas. Así nos fuimos reuniendo
poco a poco, hasta alcanzar el bonito pueblo de Liérganes. Siempre a ritmo
especialmente pausado, remontamos el Miera unos kilómetros hasta cruzarlo por
un puente de cantos rodados y recorrer una pista asfaltada de ribera para
llegar a un paraje en el que el río, entre grandes árboles, forma dos estupendas,
amplias y profundas piscinas naturales. En ese atractivo, tranquilo y sugerente
enclave nos instalamos. Unas cervezas frías de nevera portátil y… al menos dos
de nosotros nos dimos un fugaz, osado y revigorizante baño. Tras eso, llegó el
ansiado almuerzo al más puro estilo british: blanco frío de la costa del
Cantábrico, pudding de bonito, emparedados vegetales, embutidos de Zamora,
quesos, tortilla de patatas, torta de Barros, tinto de Ribera de Duero, quesada
pasiega… toda una sucesión de manjares de las que fuimos dando cuenta sin prisa
y con deleite. Lo único que no llevamos fue café. Pero eso fue un acto premeditado,
para forzar una estratégica parada en Liérganes a la vuelta, para disfrutarlo
en una terraza del casco antiguo y hacer del regreso algo más progresivo. Para
este tipo de planes no sólo no me da pereza sacar la bicicleta, sino que no
paro de concebirlos. A esto es lo que llamo salidas ciclistas significativas.
Que incluyen dentro del plan algo de valor añadido: una reunión singular, un
puerto inédito, un viaje, etc.
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